Tenés un peluquero de esos
que considerás irreemplazables. Corta como nadie. Siempre volvés a él: sabés que
la deslealtad peluqueril se paga cara. Él respeta tus indicaciones al pie de la
letra y no se deja llevar por el tijeretazo fácil. Tampoco te ofrece productos ni
tratamientos que no querés. Un día, llegas a tenerle tanta confianza, que solo
te limitás a pedirle: “Dale forma”. Osado,
lo tuyo.