Hora pico. Embotellamiento. Bocinazos, puteadas y mal humor
general. Un auto gris avanza muy lento. La mujer que va sentada en el asiento
del acompañante tiene tiempo de observar algo inusual: por la vereda irregular,
tomados de la mano, una mujer joven y un chico de unos ocho años patinan. El
chico se cae de espaldas y queda tendido boca arriba. La mujer lo ayuda, el
chico se incorpora y siguen patinando. Ella —probablemente la madre— lleva la
bolsa de las compras colgada de un brazo. El chico se cae de nuevo y se vuelve
a levantar. Mientras madre e hijo patinan, siguen los bocinazos, las puteadas y las frenadas.
Desde el auto gris, la mujer grita:
—¡Ey!
Cuando los patinadores
ven de dónde vino el grito, la mujer del auto levanta el pulgar en señal
de admiración y dice:
—¡Son mis ídolos!
Los patinadores
sonríen. La mujer del auto gris sonríe. Por un instante se congela el infierno de
la ciudad. Después, el caos se reinicia y cada uno continúa con su vida.