Hoy, caminando para una estación del E, sentí un olor
nauseabundo que invadía las calles. Olor a mierda mezclado con olor a
zoológico. No era algo pasajero, el olor había llegado para quedarse. Inevitablemente,
en algún momento del día, uno se encuentra oliendo mierda. En cualquier calle,
en cualquier barrio, pituco, medio pelo o bajo. Ningún ciudadano se salva de
sentir mal olor cuando sale a la calle alguna vez en el día. Por un lado, está
la mierda de los perros de la que todavía no todos los dueños se hacen cargo. Eso
sería solo parte del problema. Es
hora de admitirlo: los seres humanos generamos mal olor. Por más perfumes y
desodorantes que inventemos, por más lysoform y lavandina, la realidad es que
somos una especie que produce mierda a rolete. Literal y figuradamente. Somos
capos en eso. Los mayores productores del universo. Si un día el paneta se
destruyera, vendrían los extraterrestres a ver qué onda, pero se irían al
toque, por el olor.
Una mujer,
en la boca del subte, dijo: “Se habrá roto una cámara séptica”. Me imaginé que
el olor se extendía por toda la ciudad y no había paz para nuestras narices.
Soy especialista en imaginar todo tipo de catástrofe (¡ay, si me pagaran por
eso!) Y este pensamiento me lleva directo a otro episodio que me tocó vivir en
esta Buenos Aires querida (de verdad, la quiero).
Hace unos
meses tuve que llevar a mis hijas a la guardia. Cuando salimos, camino a la
farmacia, me intercepta una señora de pelo blanco con unos folletos en la mano
y me pregunta: “¿Quiere saber si Dios es responsable de la catástrofe?” Uf, ¿justo
a mí me tenía que encarar? No ve que ya tengo bastante con dos hijas a cuestas,
cochecito, mochila…es demasiado para mis 43 kilos. Y me viene con esta
cuestión, ¿por qué a mí? Que se encarguen los teólogos, los filósofos, que
bastante bien lo deben hacer. Después, la señora menciona la palabra “atalaya”,
pero no entiendo bien a qué se refiere. En mi cabeza se aparecen un par de
medialunas; es la única asociación que estoy en condiciones de hacer.
“¿Quiere
saber si Dios es responsable de la catástrofe?” Y la verdad, no, gracias. No
estoy para cosas tan grandes. Yo me manejo en lo chiquito, en el quilombito del
día a día. Igual me quedé pensando… ¿qué sería “la catástrofe”? Para mí, la
catástrofe es ir a la guardia pediátrica por quinta vez en menos de tres meses.
La catástrofe es que a la salida del médico mi nena se haga caca y en esta puta
ciudad no haya un puto baño con cambiador cuando más lo necesitás (como si los
bebés solo cagaran en sus casas.) La catástrofe es que la pediatra que nos
atendió no tenga ni la más remota idea de lo que es un chico real. (Que haga
reposo, me dijo. Una nena de 2 años, reposo. A ver, señores y señoras
pediatras: los chicos NO hacen reposo, ¿entendido? ¿Por qué no agregan ese
contenido en alguna materia de la carrera? Total, deben estudiar tantas cosas
al pedo…)
Ocupada por
la “catástrofe”, todavía no me detuve en “Dios”. Uy, dios. No sé si Dios es
responsable de la catástrofe, qué quieren que les diga. Para mí que Dios es
como una madre cansada a la hora del atardecer. Ella ve que sus hijos se están
matando, sabe que se están mandando las mil y una cagadas, pero está tan
reventada que dice: “Ma’ sí, que se maten, yo no doy más”. Obvio, Dios debe ser mujer y madre. Una madre
bien judía, psicópata al mango. Que les da libertad a sus hijos, pero igual los
tiene bien agarrados de las pelotas. Y guai de que se manden alguna; ella, es decir, dios, se los recordará por los
siglos de los siglos.
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