Cuando vacié la pelopincho, no tenía idea de lo estúpida que
me iba a sentir unos minutos después. Nos habíamos quedado sin agua. En la
pileta del lavadero, hay un balde rojo lleno de medias sucias, en remojo. Hacen
treinta y cinco grados. Estoy transpirada, fastidiosa. De pronto, siento ganas
de ducharme, lavar los platos y hasta regar las plantas (cosa que no hago nunca,
lo de regar las plantas, el resto sí). Desde la calle, llegan ruidos de sirenas,
bocinas, quilombo. Subo a la terraza y me trepo al techito donde tenemos el
tanque de agua. No veo nada. Escaneo los techos de las casas vecinas y ahora
sólo me concentro en los tanques de agua. Nunca había visto el barrio desde esta
perspectiva. Bajo al patio. Mis hijas están sentadas en la pelopincho, con
apenas medio centímetro de agua. Imagen triste. Por un momento me imagino que
las redes colapsan y toda la ciudad se queda sin agua, indefinidamente. Me veo
dejando la ciudad junto a mi familia. Nos instalaríamos a orillas de algún río.
Conoceríamos gente y formaríamos una comunidad. Cantaríamos, escribiríamos,
leeríamos para entretenernos. Sin facebook ni blackberry. Hasta acá llega mi
imaginación. Me voy a hacer las compras. Pero antes, me tomo el último vaso de
agua.
Me encantó. Se parece un poco al realismo italiano. Bien claro.Barrial. Casi se pueden sentir los olores. Profético. gracias.
ResponderEliminarMiguel Angel — Pizzetto—
¡Gracias, Pizzetto! ¡Qué rico nombre!
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