Hace más de
dieciocho años, leí Cae la noche tropical
por primera vez. No sé bien por qué, pero desde hace un tiempo, algo de toda la
nostalgia y la soledad que se teje en esas páginas empezó a resonar en mí. Sentí el eco de esas voces femeninas que dialogan, imaginan, ficcionalizan. El libro me miraba
desde la biblioteca y me decía: 
    —Léeme de nuevo, no te vas a arrepentir. 
    Y así fue.
 
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