viernes, 24 de mayo de 2013

Catástrofes cotidianas


   Hoy, caminando para una estación del E, sentí un olor nauseabundo que invadía las calles. Olor a mierda mezclado con olor a zoológico. No era algo pasajero, el olor había llegado para quedarse. Inevitablemente, en algún momento del día, uno se encuentra oliendo mierda. En cualquier calle, en cualquier barrio, pituco, medio pelo o bajo. Ningún ciudadano se salva de sentir mal olor cuando sale a la calle alguna vez en el día. Por un lado, está la mierda de los perros de la que todavía no todos los dueños se hacen cargo. Eso sería solo parte del problema. Es hora de admitirlo: los seres humanos generamos mal olor. Por más perfumes y desodorantes que inventemos, por más lysoform y lavandina, la realidad es que somos una especie que produce mierda a rolete. Literal y figuradamente. Somos capos en eso. Los mayores productores del universo. Si un día el paneta se destruyera, vendrían los extraterrestres a ver qué onda, pero se irían al toque, por el olor.
    Una mujer, en la boca del subte, dijo: “Se habrá roto una cámara séptica”. Me imaginé que el olor se extendía por toda la ciudad y no había paz para nuestras narices. Soy especialista en imaginar todo tipo de catástrofe (¡ay, si me pagaran por eso!) Y este pensamiento me lleva directo a otro episodio que me tocó vivir en esta Buenos Aires querida (de verdad, la quiero).
    Hace unos meses tuve que llevar a mis hijas a la guardia. Cuando salimos, camino a la farmacia, me intercepta una señora de pelo blanco con unos folletos en la mano y me pregunta: “¿Quiere saber si Dios es responsable de la catástrofe?” Uf, ¿justo a mí me tenía que encarar? No ve que ya tengo bastante con dos hijas a cuestas, cochecito, mochila…es demasiado para mis 43 kilos. Y me viene con esta cuestión, ¿por qué a mí? Que se encarguen los teólogos, los filósofos, que bastante bien lo deben hacer. Después, la señora menciona la palabra “atalaya”, pero no entiendo bien a qué se refiere. En mi cabeza se aparecen un par de medialunas; es la única asociación que estoy en condiciones de hacer.  
    “¿Quiere saber si Dios es responsable de la catástrofe?” Y la verdad, no, gracias. No estoy para cosas tan grandes. Yo me manejo en lo chiquito, en el quilombito del día a día. Igual me quedé pensando… ¿qué sería “la catástrofe”? Para mí, la catástrofe es ir a la guardia pediátrica por quinta vez en menos de tres meses. La catástrofe es que a la salida del médico mi nena se haga caca y en esta puta ciudad no haya un puto baño con cambiador cuando más lo necesitás (como si los bebés solo cagaran en sus casas.) La catástrofe es que la pediatra que nos atendió no tenga ni la más remota idea de lo que es un chico real. (Que haga reposo, me dijo. Una nena de 2 años, reposo. A ver, señores y señoras pediatras: los chicos NO hacen reposo, ¿entendido? ¿Por qué no agregan ese contenido en alguna materia de la carrera? Total, deben estudiar tantas cosas al pedo…)
    Ocupada por la “catástrofe”, todavía no me detuve en “Dios”. Uy, dios. No sé si Dios es responsable de la catástrofe, qué quieren que les diga. Para mí que Dios es como una madre cansada a la hora del atardecer. Ella ve que sus hijos se están matando, sabe que se están mandando las mil y una cagadas, pero está tan reventada que dice: “Ma’ sí, que se maten, yo no doy más”.  Obvio, Dios debe ser mujer y madre. Una madre bien judía, psicópata al mango. Que les da libertad a sus hijos, pero igual los tiene bien agarrados de las pelotas. Y guai de que se manden alguna; ella,  es decir, dios, se los recordará por los siglos de los siglos.