lunes, 18 de marzo de 2013

Foto urbana


Hora pico. Embotellamiento. Bocinazos, puteadas y mal humor general. Un auto gris avanza muy lento. La mujer que va sentada en el asiento del acompañante tiene tiempo de observar algo inusual: por la vereda irregular, tomados de la mano, una mujer joven y un chico de unos ocho años patinan. El chico se cae de espaldas y queda tendido boca arriba. La mujer lo ayuda, el chico se incorpora y siguen patinando. Ella —probablemente la madre— lleva la bolsa de las compras colgada de un brazo. El chico se cae de nuevo y se vuelve a levantar. Mientras madre e hijo patinan, siguen los bocinazos, las puteadas y las frenadas. Desde el auto gris, la mujer grita:
    —¡Ey!
    Cuando los patinadores ven de dónde vino el grito, la mujer del auto levanta el pulgar en señal de admiración y dice:
    —¡Son mis ídolos!
 Los patinadores sonríen. La mujer del auto gris sonríe. Por un instante se congela el infierno de la ciudad. Después, el caos se reinicia y cada uno continúa con su vida.

miércoles, 6 de marzo de 2013

Des-texto

Tras descubrir el desconsuelo de un silencio despiadado, 
quisiera desenfocar la mirada
y deshojar diccionarios,
desnaturalizar las palabras, desconfiar de ellas,
desterrar a la vergüenza, por desleal y desproporcionada,
despojarme de la gramática y desdeñar las reglas,
quiero desarticular el orden con total desprolijidad,
desconfigurar la realidad y desconocerla,
quiero andar desorbitada por un desvío descampado,
despegar de la tierra hacia un destino desquiciado.

sábado, 2 de marzo de 2013

Supermercado II


Hoy no me molesta escuchar a Montaner en el supermercado. Por lo menos acá, por un rato, nadie me pide nada. Y aunque haya comprado todo lo que necesitaba, me doy una vuelta más por las góndolas para hacer tiempo. Tiempo de libertad. Pero la sensación de calma es algo tan efímero…Embolso los ciento treinta y dos productos que, por supuesto, no entran en mi humilde changuito. Mi solución —precaria, pero funcional—es atar bolsas y más bolsas por donde puedo, y colgarme otras tantas hasta parecer un changarín. Y en eso estoy cuando pispeo lo que compró el tipo que sigue en la cola: dos jugos en tetra brick y tres chocolates de los grandes. Nada más. Siento envidia. Envidia de esa liviandad, esa despreocupación que se desprende de naranjas artificiales con azúcares agregados y papeles dorados, lustrosos, que anticipan el placer de lo que hay adentro. Seguro que a él nadie le exigirá nada al volver a su hogar. No tiene que ocuparse de la alimentación de toda una familia. Ya sé lo que voy a cocinar cuando llegue a casa con mi chango libre de grasas trans y colesterol: envidia magra con guarnición de finas conjeturas.